¿Cuántos eran los Reyes Magos? Por Sergio Ávila R.

Se aproximaba el Día de los Santos Reyes… y aquella mañana, durante la misa dominical de la iglesia “San Martín de Porres” en La Paz, Baja California Sur,  el sacerdote hizo una pregunta abierta: ¿Quién de ustedes me puede decir, cuántos eran los Reyes Magos que visitaron al niño Jesús en el pesebre? Después de breve pausa una señora levantó su diestra y contestó tres. ¡Muy bien! –asintió el párroco. Ahora puede usted  decirle a sus hermanos aquí presentes, ¿en dónde se enteró que eran tres?

-¡Pues en la Biblia! –dijo la señora, rebosando certeza.

-¿Y en qué pasaje leyó eso, hermana?

-¡Mmmm! Eso sí que no lo recuerdo.

Ante esa respuesta, -rascándose la cabeza- el padre Elías expresó; hermanos, yo tampoco sé en qué parte de la Biblia dice que los Reyes Magos eran tres; y eso que hice mi especialidad en la Santa Sede, y eso que fui ordenado en la basílica de San Pedro. ¡No cabe duda de que Roma no quita lo tarugo!

Debo afirmar, estimados lectores, que no soy católico de regadío, simple y llanamente un creyente de temporal y en ocasiones de agostadero; pero es necesario acotar que, bíblicamente San Mateo no especifica cantidad, únicamente nos dice que del Oriente llegaron a Jerusalén “Unos Magos”  guiados por una estrella, buscando el lugar donde había nacido el Salvador para llevarle de regalo tres baúles, cada cual con oro, incienso y mirra.

Los sacerdotes de Herodes comunicaron a éste que según el profeta, el Mesías nacería en Belén. El rey les habló en privado a los Magos y les ordenó que marcharan  allá, y en cuanto ubicaran al recién nacido le avisaran. “Porque yo también iré a rendirle homenaje”1 –dijo el cínico infanticida.

Este apóstol -quien anteriormente fuera recaudador de impuestos-, tampoco menciona que fueran reyes ni cita sus nombres. Cabe decir, que el vocablo “mago” viene del persa “ma-gu-u-sha. Después del griego pasó al latín “magi”  -mágui-, y llegó finalmente al español como “mago”. Eran sacerdotes que estudiaban las estrellas pretendiendo encontrar en ellas a Dios2.

Fue en el siglo III cuando se estableció que pudieran ser reyes, ya que hasta entonces, por sus regalos y las iconografías que los representaban, tan solo se consideraba que eran personas pudientes. Fue también en ese siglo cuando se estableció su número en tres, uno por regalo, ya que hasta entonces había dibujos con dos, tres o cuatro magos, e incluso la Iglesia ortodoxa siria y la Iglesia apostólica armenia aseguraban que eran doce, como los apóstoles y las tribus de Israel3.

Los nombres actuales de los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen por primera vez en el famoso mosaico de San Apollinaire Nuovo (Rávena) que data del siglo VI, en el que se distingue a los tres magos ataviados al modo persa con sus nombres encima y representando distintas edades.

Aún tendrían que pasar varios siglos, hasta el siglo XV, para que el rey Baltasar aparezca con la tez negra y los tres reyes, además de representar las edades, representen las tres razas de la Edad Media. Melchor encarnará a los europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltasar a los africanos4.

Y por fin, cuántos eran los Reyes Magos: Dos, tres, cuatro o doce. Absorto ante este misterio, de pronto fui transportado a extraño y lejano lugar, varios siglos atrás y, reencarnado en aprendiz de cabalista, procedí a practicar una sumatoria entre las cuatro cantidades, que como vimos en el antepenúltimo párrafo, aparecen en los escritos de los siglos II y III:

2

3

4

12

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21

Pido la comprensión de los distinguidos lectores, pues mi condición de inexperto aprendiz en esta hermética ciencia, no me permitía avanzar en la dilucidación de tal misterio, amén de que me sentía intranquilo entre seres totalmente desconocidos. Al percatarse de mi desasosiego, un anciano de larga e inmaculada barba se acercó sigiloso… parecía flotar por encima del desgastado piso de madera.

No obstante sus ojos  ya marchitos por el tiempo y la lectura, me obsequió una tierna y profunda mirada azul. Se expresó en un dulce lenguaje, que sin entenderlo, parecía ser una mezcla entre hebreo y arameo. Al darse cuenta de mi ignorancia sobre su idioma, posó sus manos unos segundos sobre mi cabeza y acto seguido se alejó.

El contacto de sus huesudas manos en mi testa me produjo un intenso calor en todo el cuerpo, mismo que fue disminuyendo poco a poco. De pronto, involuntariamente empecé a escribir una serie de fórmulas matemáticas que jamás había visto en mi vida. Después de varios desarrollos infructuosos, al numeral 21 lo descompuse en sus cifras [2] y [1]. Las sumé entre si y el resultado fue el siguiente: 2 + 1 = 3 ¿Reyes Magos? ¡Casualidad  o causalidad!

Una vez logrado este resultado, de la misma manera, instantáneamente fui retransportado  a mi realidad espacio-temporal. Ya un tanto recuperado de esta inesperada  experiencia,  me di a la tarea de hojear algunos libros esotéricos, y me enteré que cabalísticamente el número Tres, aparte de encarnar a la Trinidad  también representa la Armonía, el Arte y la Belleza5. Atributos que de alguna manera están presentes en el trío de inolvidables viajeros orientales.

Un poeta anónimo expresó: “La niñez es una flor que se mantiene siempre fresca y lozana en el jardín del corazón”. Luego, entonces, desde niño sigo creyendo que eran tres los Reyes Magos. Espero que los estimados lectores la hayan pasado en familia el 6 de enero, disfrutando una rebanada de rosca, tachonada con frutos cristalizados, reglamentariamente bajándola con un jarrito de espumoso y acanelado chocolate.

NOTAS

1.                  Biblia | (Mateo  2, 1-11)

2.                  https://es.wikipedia.org/wiki/Reyes_Magos. «7 cosas que tal vez no sabías de la Epifanía y los famosos Reyes Magos». aciprensa. 5 de enero de 2017.

3.                  https://es.wikipedia.org/wiki/Reyes_Magos. «Los Reyes Magos y la estrella de Oriente, ¿existieron realmente?». lainformacion.com. 19 de diciembre de 2016.

4.                  Ibid.

5.                  http://arequipaobscura.foroactivo.com/t4-significado-de-numeros-cabalisticos

AHORA! Luis M. Dibene Geraldo./31 12 20/ (Tiempo de reflexiones, de repensar, crear pensamientos, poesía…)

                                       A H O R A !
                             Luis M. Dibene Geraldo.
**Tiempo de reflexiones, de pensar y repensar, de meditar, de crear pensamientos…de poesía…por el año que se va y por el que comienza…
En esta ocasión y por los tiempos que corren en una combinación de fechas de fin de año-entre la navidad, año nuevo, día de Reyes-días de celebrar, pero frustrados por ahora por las circunstancias pandémicas que efectan–por los temas de salud, covid 19 y demás–, la economía, también los de acceso a espacios públicos, comerciales, empleos, tiempos periodísticos, en fin…que nos impele a buscar refugio muchas veces en lo espiritual, sin embargo habemos muchos que en estas etapas o partes de nuestras vidas, también nos mueven a la reflexión, a la meditación, y hasta a alguna creación con sensibilidad literaria como sería el caso de hoy.

Por tal razón, les voy a presentar ahora sólo alguna parte de estos pensamientos propios-como ideas principales-y que quizá algunos los complemente con mayor extensión en su momento, pero lo esencial aquí va, a su consideración selectos lectores. Ahora lo presento por esta vía del Peninsular digital.com precisamente por lo ya explicado del periódico impreso (“en estos tiempos periodísticos”) que hasta el 4 de enero reanuda sus publicaciones normales. El caso es que al traer apuntados unos cuantos temas de este tipo, de interés según yo, los he ido anotando a mano y/o en la Compu Internet con algo de mi opinión o comentario. Así entonces paso a colocar lo siguiente…
* TIEMPO DE REFLEXIONES, DE PENSAR Y REPENSAR, DE MEDITAR, DE CREAR PENSAMIENTOS…
Y también poesía, máxime en navidad y el año nuevo que nos llega ¿o nos cae?, todo ello porque esta tremenda etapa de nuestras vidas nos mueve a abrir, a desahogarse ya sea en base a vivencia en los demás o porque se conlleva algún sufrir, pesar, frustración o impotencia; aunque también se da en ese  relax con bohemia de alegría, ¿por qué no?, y otras retomado-de mi parte-de un semejante porque te identificas con el tema publicado o platicado y lo adecuas o parafraseas adaptado a tu pensar y sentir.

Así entonces me voy a iniciar con un tema triste, de luto, por la pérdida de un ser querido, temas que ya he escrito-con obvia selección-tanto de familiares propios como de amistades que han partido a la eternidad, con Dios. Así entonces, hoy me voy a basar en lo que escribió en el Facebook una buena hija a la muerte de su madre, misma que es mi hermana querida, María Antonieta Dibene Geraldo, fallecida este 21 de diciembre.
Antes de pasarles la sentida expresión de su hija Erika Sánchez Dibene, quiero decirles que “la Tina” (así le decíamos en familia) fue, de verdad, una buena hermana, siempre nos identificábamos hasta en detallitos como cuando me decía: Luis, tú y yo como somos Géminis nos parecemos mucho en la forma de ser; por otra parte mi hermana siempre desoía los chismes donde se me “involucraba” en mi juventud y madurez sobre todo, y hasta de falsos en la actualidad: que la fiesta, que el póker, que la jugada de gallos, que mis “amigo/as”, que la política partidista, que se pelió(eó) con…etc., y esto también, que siempre rezaba por mí, por mi salud, por mis viajes, por mi vida…, que me lo comentaba en su momento.
Y así pues…ella, mi hermana Tina, acaba de partir con Dios.
* Y ESTO ES LO QUE CON PROFUNDO SENTIR ESCRIBIÓ SU HIJA ERIKA PARA SU MADRE QUERIDA.
“Mi mamita ya se ha ido al cielo, siento una gran tristeza y sé que la voy a extrañar cada día más”.
“Tu ausencia duele y mucho, pero me queda el consuelo y esperanza de que nos volveremos a ver, así lo prometió nuestro Padre Celestial. Fuiste la mejor mamá que Dios me pudo dar! Me enseñaste a ser la mujer que soy, gracias por todo tu amor, me quedo con los mejores recuerdos en mi corazón. Descansa en paz mamita hermosa, María Antonieta Dibene Geraldo de Sánchez”. (2 de junio de 1939-21 de diciembre de 2020). Sin comentarios.

* Y A PROPÓSITO DE LA NAVIDAD Y AÑO NUEVO, LES VOY A COMPARTIR ESTE PASAJE SOCIAL.
Ya ven que la crisis del coronavirus irrumpió en nuestras vidas, poniendo patas arriba nuestro día a día y obligándonos a permanecer en casa más que nunca. Nada está siendo tal y como lo veníamos haciendo, el estado de alarma rompió nuestra rutina y nuestros hábitos, hoy, son otros…¿cuántos de ellos permanecerán después de que termine la cuarentena del COVID-19?, mmm…no sé ni lo intuyo siquiera.
Sin embargo y a propósito de lo anterior voy a poner un pasaje light que aunque a nadie afecta, a mí sí pues me alteró mi casi “rutina anual” por esta remembranza perlera.
Se trata de que hará unos 8 años para acá, me dio por asistir nuevamente a “la terraza del Perla”, esto es porque después de una estancia en México D.F. por buen tiempo, ya de vuelta en La Paz, me iba diariamente al “Café de lupita” en el mercado Bravo, bonita costumbre de cotorrearla, de convivencia sana y demás…

pero como los días 25 de Dic. y 1 de enero no lo abrían, se me ocurría ir a tomarlo “al Perla” donde llegaban algunos de los viejos concurrentes y hablábamos de los muchos que ya habían partido, y de todo…también del ayer con lo del presente en temas de política, personajes citadinos, anécdotas, etc. Y así cada año durante 8, tenía esa “costumbre anual” de ir a recordar viejos tiempos, personas y demás…Pero en esta vez ya no pude o quise ir por lo que dije al inicio…”Nada está siendo tal y como lo veníamos haciendo, el estado de alarma rompió nuestra rutina y nuestros hábitos…”. hasta aquí. Bien, si no viene “próspero el año nuevo”, sí cuando menos que no sea tan malo; digo. Ahora!

 

 

El santo olor de la navidad. Arturo Meza O. Diciembre/ 2020./(Relato)

EL SANTO OLOR DE LA NAVIDAD
Por Arturo Meza Osuna.
* Para mis hermanos: Alicia y Cheché.
Éramos humildes, pobres materiales y vivíamos en San Ignacio. En diciembre los vientos helados del Pacífico entran a San Ignacio sin contención por el desierto plano y había que sacar las prendas más abrigadoras para ir al cerro en busca de un torote. Era el olor de la navidad. Tenía que ser un torote adecuado, de forma triangular, un tronco fuerte, frondoso que figuraba en nuestra mente de niño como un soberbio pino montañés. Luego, el tronco, los ramales, los pintábamos con cal para figurar la nieve y colgábamos cuantas manualidades con vivos plateados y dorados hacía nuestra madre. Teníamos así, todos los años, nuestro muy autóctono y aromático, árbol de navidad.
Se acercaba la navidad, llegaban las vacaciones y la vida familiar transcurría alrededor de la radio, atentos el béisbol de la Liga del Pacífico –en la DM de Hermosillo- a las radionovelas –Chucho el Roto, el Ojo de Vidrio- y a los programas de la XEW –el Risámetro, el Dr. IQ. – desde San Joaquín y San Zacarías llegaba otro evocativo aroma invernal en forma de naranjas que comíamos, por la noche, con fruición acompañados de una mezcla de sal con chile piquín.
Entre la plática familiar, la radio o el juego de dominó esperábamos la navidad mientras pedíamos, muchas veces sin esperanzas, los juguetes del famoso catálogo de la Montgomery que llegaba por correo, creo, a todos los hogares del país. Páginas y páginas de rifles de municiones, carritos, muñecas, juegos de cocina; trajes de vaquero, de romano, del llanero, de los halcones negros; bolsas de soldaditos de plástico, canicas, etc, todos con una breve descripción y el precio. Había que encargarlos a México y a vuelta de correo, en una a dos semanas, llegaba el cargamento que los padres escondían en un rincón para sacarlos el 24 por la noche.
Una de las agradables tareas era la de enviar y recibir tarjetas de navidad. Entrado diciembre, el correo se llenaba con tarjetas navideñas que cuando llegaban a casa, abríamos expectantes. Había de todo tipo, austeras, emperifolladas, grandes, pequeñas, ornamentadas con motivos navideños, y elegantes letras script doradas. Eran los buenos deseos de amigos y parientes; de los comercios, de quienes no conocíamos y nuestros padres nos explicaban que eran amigos de juventud, que vivían lejos pero se acordaban de nosotros. Era una costumbre que parecía nunca se extinguiría, sin embargo, para quebranto de las imprentas y de una buena costumbre, ya nadie manda tarjetas navideñas.
La noche de navidad no había pavo. Lo que había era el horno caliente de la panadería que mi padre atizaba desde muy temprano, y desde muy temprano llegaban las charolas con el lechón recién muerto y eviscerado. Unos cuantos toque de condimentos y se metían al horno, en cocción lenta, nueve, diez horas, poco a poco salían los olores a cerdo horneado que inundaban la cuadra. Por la noche, a la hora de la cena de navidad, el puerco tenía el cuero brilloso, crocante –como dicen ahora- achicharronado y la carne humeante se desprendía, fácil, de los huesos.
Todo el pueblo asistía a misa de navidad, desde las seis de la tarde empezaban los primeros repiques y nos llevaban a los niños recién bañados y con las mejores garras. Era grandioso entrar a la magnífica iglesia de San Ignacio, el entorno formado por el olor a incienso, los coros maravillosos que hacían Nati Fischer, Elba Floriani, la Cuca Castro y Lolita Rouseau, entre otras y la formalidad del acto daban aspecto sagrado a aquella noche que suponíamos, nacía Jesús, nuestro señor.

Pero del Santa, no había mucho que esperar. Ya desde entonces era convenenciero y neoliberal: siempre le llevaba más y mejores regalos a los ricos. No era parejo y se notaba todas las navidades. No era cierto aquello de que “¡si te portas bien, el Santa te traerá lo que le pidas!” Chamacos burros en la escuela, chamacos cabrones, dañistos y traviesos el Santa los trataba muy bien porque eran hijos de quien eran, en cambio con mi hermana que siempre sacaba el primer lugar en la escuela, el Santa era tacaño y remilgoso. Igual sucedía con los niños del internado rural, el siniestro gordo, a veces, ni siquiera pasaba por ahí. No había mucho que esperar de él, desde entonces sabíamos que se portaba mejor con los hijos de los ricos y gacho con los niños pobres.
Quizás por eso nunca tuvimos fe en el Santa. Nuestros padres entraban al quite porque Don Victorino Arballo, “el maistro carpintero” nos hacía unos carritos fenomenales que competían con los Tonkas –que deseábamos con toda el alma pero que nunca nos amanecieron- de nuestros vecinos ricachones. Pero en los caminos sinuosos, con brecha, voladero y cuestas, los Tonkas fuertes, rígidos, se volteaban; los nuestros –de madera- eran mejores en las maniobras. El intercambio no se hacía esperar. Aprendimos así que podíamos intercambiar cosas, que había valores perennes –no intercambiables- como la familia, la tranquilidad y la esperanza en una vida mejor, pero también, como dice Joan Manuel, aquellas pequeñas cosas, personales, íntimas, como escuchar la radio en familia, pelar naranjas, jugar dominó en la cocina, ver juguetes por catálogo, leer los buenos deseos de las tarjetas al calor de una infusión, acompañados del olor del torote que era y sigue siendo para nosotros, el santo olor de la navidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

No le metan láminas. Por Arturo Meza O. (Relato)

NO LE METAN LÁMINAS
Por Arturo Meza Osuna.
Antes de las carreteras que hoy existen para comunicar la Costa del Pacífico –aun incompletas- como se podrán imaginar, los caminos eran malísimos: pedregales escabrosos, médanos húmedos, brechas arenosas que el viento las borraba, ya no se distinguían las huellas y había que hacer nuevos caminos. Había zonas de arena suelta, como talco, que cuando llovía se convertía en un lodo pegajoso. Lo peor del viaje eran los atascos, cuando la parte baja del chasis tocaba el camellón de arena, el carro patinaba y había que hacer mil maniobras para sacarlo de ahí.

 Los pescadores viajaban en pick ups austeros de cuatro velocidades, tracción trasera; los más afortunados llegaron a conseguir viejos carros de la Segunda Guerra llamados “comandos” con tracción delantera que traían incorporado un “winche” –malacate- mecánico en el frente junto con un carrete de cuerda de acero, eran especiales para esos terrenos. La gran mayoría cargaba láminas, eran parte integral del pick up del Pacífico Norte. Cuando sucedía el atasco, las láminas se metían entre la llanta y la arena para que la llanta rodara sobre la lámina y no siguiera haciendo el socavón en la arena que empeoraba el atasco. Las láminas hacían milagros.
Cuando las cooperativas pesqueras del Pacífico Norte se afiliaron a la Confederación Mexicana de Cooperativas Pesqueras y Acuícolas, algunos miembros de las mesas directivas tenían que viajar hasta la Ciudad de México para revisar contratos, recibir algún tipo de actualización, programación de vedas, adiestramiento en leyes, en contabilidad y otros asuntos. Algunos conocían, cuando mucho, Ensenada en donde tenían sus oficinas y razón social las cooperativas, la gran mayoría nunca había estado en la Ciudad de México de tal manera que todo les impresionaba, todo lo veían con curiosidad, todo querían conocer.
En una de esas comisiones, alguna vez, le tocó a Eulalio “El Víbora” Espinoza quien nunca había estado en la Ciudad de México. Después de casi una semana de estancia de ir y venir de su hotel a la sede de la Federación todos los días, no había conocido más ciudad que ese caminito diario, ya se lo sabía y quería cambiar de paisaje, eran los últimos días de su estancia y deseaba conocer más que nada La Basílica de Guadalupe. Muchos de éstos pescadores contactaban en el DF con varios estudiantes oriundos de La Costa, éstos se encargaban de guiarlos, pasearlos, ilustrarlos y desde luego, aprovechar la ocasión de comida y bebida a cuenta de la cooperativa. El Víbora conocía –desde pequeños- a los Murillo Amador, estudiantes de Bahía Tortugas, que, después de los saludos de rigor, empezaron con las cervecitas, a contar las novedades de la tierra, la cháchara, en fin, para luego cumplir los deseos de El Víbora de no regresar sin conocer el santuario de la Virgen de Guadalupe.
Ya al puntón tomaron un taxi rumbo a La Villa y se bajaron antes de llegar a la Basílica para caminar por la Calzada de los Misterios que llega directamente al templo y los devotos acuden, por esa calle, muchos de ellos, de rodillas, a pagar mandas, expiar culpas, pedir milagros. El Víbora veía asombrado como los fervorosos peregrinos avanzaban trabajosamente, algunos con las rodillas sangrantes; les buscaba la cara, sus expresiones, se acercaba demasiado a ellos. Hacía gestos lastimeros cuando alguien se cansaba y paraba o había que secarle la sangre para continuar con su sacrificio. Estaba realmente impresionado. La gran mayoría eran morenos, indígenas, de baja estatura a los que El Víbora hubiera querido ayudar, infundirles ánimos, solidarizarse de alguna forma. Era evidente que estaba deslumbrado por la abnegación, la fe, de esas personas.
El Víbora dejó de caminar a la velocidad de los muchachos y se retrasó al paso de los peregrinos, acompañándolos, viéndolos a todos pasar alucinado ante el espectáculo que significaba esa gran cantidad de personas que acudían al santuario de la virgen. Los muchachos –los Amador Murillo- pacientes, esperaban más adelante a que el Víbora se incorporara a la caminata.
En eso, una mujer rubia, que sobresalía entre todos por su color, su estatura, su joyería exquisita, su escandaloso perfume, su ropa fina, su apostura de dueña, que con gesto desdeñoso avanza de rodillas mientras una mujer indígena la cubre con una sombrilla y otra, a cada paso le va colocando un tapete bien acolchado para que no lastime sus rodillas, es entonces que El Víbora empieza a gritar como si fuera un árbitro que saca tarjeta roja mientras apuntaba a la señora blanca de ropa fina: ¡No le metan láminas!¡no le metan láminas!.
Nadie entendió la expresión, solo los estudiantes que trataban de que se callara pero no podían parar de reír.
Tiempo después, al Víbora le ocurrió un suceso milagroso, algo inusitado que salvó su vida, que, sin duda, se lo achacó a la Virgen de Guadalupe, en recuerdo de aquella visita al Tepeyac.

 

 

 

La iglesia de san Ignacio y…Por Arturo Meza O. / 7 12 20/ (Relato mulegino)

LA IGLESIA DE SAN IGNACIO Y DON RIGOBERTO GARAYZAR
Arturo Meza Osuna.
Desde el descubrimiento de Kadakaman en 1706 por “El siciliano” Francisco María Píccolo, es el Padre Juan Luyando quien se encarga del desarrollo de la misión de San Ignacio en 1728 ubicada en el arroyo de El Carrizal, habitada por cochimíes. Después de varios intentos y edificación de capillas efímeras, es el gran Fernando Consag quien planea e inicia la construcción de la actual Iglesia de San Ignacio que llevó casi 60 años terminar. A la muerte de Consag es el Padre Sistiaga quien se hace cargo hasta la expulsión de los jesuitas y es el Padre Juan Crisóstomo Gómez, de la orden dominica quien concluye la obra.
Es, sin duda, la mejor construida y conservada de las misiones. Es una ciudadela que cuenta con un convento, una troje, recinto de los misioneros y habitaciones de indios; una bodega y un patio. En la parte posterior hay una alberca y una huerta de frutales. Al frente la iglesia con atrio y nueve escalones al exterior.

Fue construida con bloques de piedra volcánica de 120 centímetros de espesor que la ha hecho tan resistente y tan bien conservada. La fachada de la iglesia es ornamentada con bajorrelieves y esculturas en nichos de los cuatro apóstoles. En su interior destaca el gran altar barroco de madera labrada y chapada en oro, con siete óleos y una estatua de San Ignacio de Loyola. La nave principal tiene dos entradas laterales con acceso a los patios de la misión, espacio iluminado por medio de ventanas rectangulares entre una cornisa que une los capiteles de las pilastras y los arcos de medio punto que sostienen las bóvedas, además, una segunda una planta para el coro arriba de la entrada.
El esquema iconográfico del retablo mayor es tríptico en el panel central; el primer cuerpo tiene un sagrario del Corazón de Jesús; en el segundo una escultura de madera representando a San Ignacio y en el remate una pintura al óleo de la Virgen del Pilar enmarcada en forma de medallón. En el panel izquierdo se observa una pintura al óleo de San Vicente, otra de San José y el niño Jesús, como remate una pequeña pintura de San Pedro y San Pablo. En el panel derecho se encuentran también pinturas al óleo enmarcadas, representando a Santo Tomás de Aquino, San Juan Bautista y un obispo. Todo el marco es de madera en color oro.
En los altares laterales se aprecian otras obras de arte: una talla de la Virgen de Guadalupe, una pintura del nacimiento de Jesús, una del Papa San Pío V, otra de la Anunciación, una de Santiago Apóstol, una pintura al óleo de Jesucristo ante los doctores de la iglesia, el bautismo de Jesús y la imagen de Magdalena. Finalmente, el retablo izquierdo de la nave, en orden semejante al derecho, exhibe una talla del Sagrado Corazón de Jesús y pinturas al óleo de un santo dominico, Santa Bárbara, Santa Catarina, Santa Inés y otros santos no identificados.

 Asistir y escuchar misa en este monumental recinto es algo prodigioso, aviva la devoción, intensifica el fervor. Por esa razón a la señora Sainz, esposa de Don Rigoberto Garayzar, conocido comerciante de Santa Rosalía, le encantaba asistir a misa los domingos en San Ignacio. Muy temprano el matrimonio se preparaba para recorrer los 75 Kms entre ambos pueblos para llegar, justo, al inicio de la misa.
La señora entraba a la iglesia y Don Rigoberto que gozaba más con la brisa que corre en la plaza frente a la iglesia bajo el cobijo de los colosales laureles de la India, poco después de empezar la misa, se salía, discreto y sigiloso, para sentarse en un una banca de la plaza a ver pasar gente y esperar a su esposa.
El ambiente apacible, bucólico; las rachitas del vientecillo colado de los palmares; el silencio apenas roto por voces lejanas, algún carro que pasa, un perro que ladra; el movimiento bamboleante de las ramas bajas, el sonido distante de una ave anhelante, la sombra gigantesca que oscurece el lugar también va oscureciendo la conciencia y Don Rigoberto en la medida que se abandonaba a merced del arrullo, después de dos o tres cabezazos en medio de la somnolencia, también abandonaba su cuerpo que se resbalaba, poco a poco, de la placa de cemento perdiendo, con cierta gracia, la estricta vertical. Cuanto más la modorra se profundizaba, ya sin ningún pudor, sueltas las amarras, se entregaba a un manso deliquio que se perdía en los insondables dominios de Morfeo.
A punto del ronquido estaba Don Rigoberto, cuando un lugareño se acerca, lo observa de arriba abajo, se percata que no es personal de la localidad, que es fuereño, le toca suavemente el hombro pero Don Rigoberto no se mueve hasta que lo sacude con cierta fuerza, es cuando despierta sorprendido, voltea a todos lados -¡¿Qué pasó?!- pregunta. -¿usted no es de aquí, verdad?- le dice el ignaciano – No- responde Don Rigoberto aun adormilado con un ojo cerrado –pues despiértese y póngase derechito porque por personas como usted, que vienen a dormir aquí, luego dicen que nosotros somos los huevones-No le quedó más remedio.

Anécdota de una estampilla de correos Compilación de Sergio Ávila R.

Por: Martha B. Arrambídez V.

(Abril 9 de 2011)

INTRODUCCIÓN: Este texto ya había sido publicado en la página “La California Original”, www. californax.com, propiedad del Ing. Simón O. Mendoza Salgado; quien gracias a su cortesía me permitió reproducirlo para los lectores de este espacio cultural.

El padre de la autora de este interesante escrito fue el escritor Guillermo Arrambídez Arellano, mi inolvidable padrino de Confirmación.

Nueve días antes de cumplir los catorce años de edad, el 20 de julio de 1969, los astronautas norteamericanos Buzz, Armstrong y Collins, sorprendieron al mundo entero al conquistar la LUNA, con “Un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad” (That’s one small step for man, one giant leap for mankind [Palabras de Neil Alden Armstrong al poner pie sobre la superficie lunar, a las 2:56:20 (Tiempo Coordinado Universal {TCU} del 20 de julio de 1969).
Pasaron algunos días de tan importante acontecimiento y mi padre, Don Guillermo Arrambídez Arellano, leyó o escuchó en algún medio de comunicación (radio, periódico etc.) lo siguiente: “Quién desee un sello postal de los astronautas llegando a la luna, envíen su nombre y dirección, y a vuelta de correo recibirán sin costo alguno un timbre conmemorando este evento”.
En ese tiempo el sabía de que tenía uno o dos años de haberme introducido en el mundo de la filatelia, y me apoyaba incondicionalmente en este asunto, de manera que sin darme cuenta, mi padre envió mi nombre y dirección, respondiendo al anuncio que antes menciono.
Por el mes de septiembre de ese año, cual sería mi sorpresa cuando el cartero me entregó un sobre a mi nombre, y en cuyo interior había otro sobre con un timbre conmemorando el aterrizaje, al pie de el se lee FIRST MAN ON THE MOON, con un matasellos que dice: FIRST DAY OF ISSUE.
En la parte de abajo a la izquierda y sobre relieve, trae una imagen de los astronautas ya vestidos y sin casco, como si fuera antes de subir a la nave y emprender su misión, con sus nombres debajo de cada uno de ellos, al fondo, la luna y el modulo lunar “Águila” (Eagle). Un sobre que me parece una verdadera joya, histórica, cultural y filatélicamente hablando.
Pasó el tiempo, seguí acrecentando mi colección de timbres de casi todo el mundo, me casé y las estampillas fueron de las pocas pertenencias que aporté al equipo del matrimonio, así que Renato, mi esposo, no solo me siguió apoyando en este asunto, sino que también ha contribuido enormemente a lo largo de casi 30 años para hacer crecer esta colección que tal vez sea de 15,000 a 25,000 piezas.

Un buen día, por allá por 1995, estaba trabajando el la dirección comercial de la línea aérea Aerocalifornia, y entre 10 o 15 compañeros de trabajo se encontraba el respetado Sr. Luis Armando Camalich, quién había trabajado en la Secretaría de Turismo aquí en el Estado, viajado por muchas partes del mundo y conocido igualmente a importantes personas, se acercó y me dijo: Fíjese Marthita, que me han llamado para ir a saludar a Buzz Aldrin, uno de los 3 astronautas que llegaron por primera vez a la luna, y que está hospedado en un hotel, junto con su esposa.
Al momento, recordé el sobre con el timbre, se lo comenté y le pedí se lo llevara para que lo autografiara, él me invitó a acompañarlo a lo que me disculpé, no fui.
Cuando el Sr. Camalich me regresó el sobre autografiado en nuestro centro de trabajo me dijo: -Le pedí al Sr. Aldrin su autógrafo y me dijo: “Bonito sobre; no sabía que existía uno así”.

El Sr. Buzz Aldrin era la tercera vez que visitaba La Paz, Baja California Sur (BCS), México. Por lo que ya habían pasado 26 años desde que alunizó, que eran los años en 1995 que tenía como hasta la fecha el resguardo de un sobre conmemorativo de los astronautas llegados a la LUNA.

El cabeza de víbora. Arturo Meza O. /25 11 20/ (Relato)

EL CABEZA DE VÍBORA.
Por Arturo Meza Osuna.
Allá en el norte de la Baja California Sur, en el municipio de Mulegé, no se escuchaba radio sudcaliforniana, la mejor recepción de radio provenía de Sonora y Sinaloa. Había una radiodifusora, especialmente potente llamada “Radio Alegría” que se escuchaba perfectamente en todo el municipio. Esa estación situada en Ciudad Obregón Sonora, seleccionó Don Gilberto Castro Meza para presentar, todos los días, un noticiario acerca de los sucesos del Municipio de Mulegé. El noticiario iniciaba a las 9 de la mañana y terminaba 15 minutos después. Todo Mulegé estaba pendiente de las noticias del periodista también conocido como “El Cabeza de Víbora”.
El Sr. Castro Meza tuvo la infeliz ocurrencias de iniciar su noticiero con una frase -según él, ingeniosa- que le repateaba el hígado a los ignacianos: “son las 9 de la mañana en Santa Rosalía, capital del cobre, madrugada en San Ignacio”, invariablemente agregaba “madrugada en San Ignacio”. Todos los días abría el noticiario con la misma cantaleta que ofendía, desde luego, a todo el pueblo. Llegó un momento que en San Ignacio prefirieron no escuchar a Don Gilberto además de las maldiciones, palabrotas y amenazas que se lanzaban al personaje en camino de convertirse en el hombre más odiado de la comarca. Y es que en San Ignacio no se pueden contar, así como así, los chistoretes que hay –a pasto- acerca de la famosa pereza ignaciana. Se enojan en serio. Han llegado hasta a los golpes a quien ose gozar contando chistes de flojos ahí en San Ignacio. No se debe tomar muy a la ligera, por lo tanto, al “Cabeza de víbora” ya no le tenían ningún respeto, era colmado de improperios donde quiera que se pronunciara su nombre en la comunidad ignaciana pero también en la Costa del Pacífico y Norte del municipio donde abunda descendencia ignaciana.

Quiso el destino que un día, Don Gilberto Castro Meza, que viajaba solo en calidad de reportero de una gira del Presidente Municipal, al pasar por San Ignacio rumbo a Guerrero Negro, llegara a la cantina “El Tizón” que estaba a un lado de la carretera un kilómetro antes de llegar al pueblo, se bajara a tomar un refrigerio en espera de otros miembros de la gira presidencial. Estaban, entre otros, el dueño del establecimiento Arturo “El Tizón” Espinoza y su tocayo, un reputado médico de La Paz que conocían a Don Gilberto, pero prefirieron ocultar la información, a riesgo de que, los otros comensales cayeran en cuenta de quien se trataba. Sin embargo, en una mesa aledaña, a unos pescadores de Bahía Asunción, originarios de San Ignacio, les llegó el rumor de que quien estaba en el bar muy cómodo saboreando una cerveza y platicando con El Tizón y el doctor, era el mentado “Cabeza de Víbora”.
Los tipos de los Arces, de los Villavicencios, de los Rojas de por allá, pescadores, fornidos, garrudos, un leño en cada brazo, cachetones, bigotudos, que suelen ser, en general, serviciales, educados, amables, a todo dar por las buenas, pero por las malas pueden ser ruines y cabrones, se acercaron a Don Gilberto que siempre ha sido delgado, menudo, medio cegatón, hombre de letras y de palabras. Uno de ellos lo agarró del cuello y lo levantó del asiento mientras le preguntaba -¿así que tú eres el que todos los días insultas a mi pueblo?- ¿eres el Cabeza de Víbora?. Los agresores no esperaban la respuesta mientras lo arrastraban, Don Gilberto algo mascullaba, nada se le entendía. A empellones lo sacaron de la cantina y en la banqueta le pegaron de bofetadas, Don Gilberto no estaba para soportar golpes fuertes.

Lo iban a seguir golpeando, arrastrándolo hasta la cañada de abajo cuando intervinieron el Tizón y el doctor. El Tizón reconvenía a los muchachos –está bien ya, ha recibido su merecido- ¡déjenlo
por favor! ¡no se vayan a comprometer, muchachos!. El doctor limpiaba la cara a Don Gilberto, lo protegía y lo guiaba para que se subiera en el vehículo y escapara, suplicaba a los pescadores que no le hicieran daño. Algo pasados de copas, enardecidos, repetían la maldita frase que había metido a Don Gilberto en ese lío – ¡que madrugada en San Ignacio, cabrón¡ ¡a ver, dilo! Le injuriaban mientras El Tizón y el doctor se metían en el medio con peligro de recibir un sopapo perdido.
Llegó más gente a enterarse de que se trataba tanto alboroto e inmediatamente se convirtió en un linchamiento, no había ignaciano presente que no quisiera desquitarse de la grosería matutina del periodista. Finalmente se pudo subir al carro detrás de sus protectores Don Gilberto salió derrapando, por un instante vaciló si dirigirse al norte o al sur, finalmente se subió al pavimento de la carretera y no se volvió –ni se ha vuelto- a ver por ahí.
Al día siguiente, al abrir el programa Don Gilberto ya había desechado la frase que ofendía a los ignacianos, era lo justo, el susto no había sido en vano, obviamente, no explicó las razones. De cualquier manera, San Ignacio agradeció el gesto, lo duro fue el aprendizaje. Los ignacianos sintonizaban a las nueve Radio Alegría, Don Gilberto abría con “Son las 9 de la mañana en Santa Rosalía, capital del cobre”, nomás.

 

 

 

 

 

 

Ver el fondo de las cosas [Pensamiento aparecido en la obra “Meditaciones”, escrita entre los años 170-180 d.C.] Compilación de Sergio Ávila R.

Por Marco Aurelio, emperador y filósofo romano.

Ante los exquisitos manjares y otros alimentos que me son presentados, puedo perfectamente decirme: esto es un cadáver de pescado, aquello un cadáver de pollo o de cerdo; o también, este falerno es un poco de zumo de uva, aquel vestido de púrpura no es más que un tejido de lana vieja de oveja teñido del color de sangre extraído de una concha. En cuanto a los placeres del amor, solo son un contacto de cuerpos, un friccionar de nervios, que produce el espasmo y la excreción de una materia espermática. Y del mismo modo que estas ideas, que van directamente al hecho y penetrando en lo más recóndito de los objetos, dan a conocer lo que son en realidad, es necesario obrar con todas las cosas de esta vida. Cuando un objeto aparezca a la imaginación como muy estimable, hay que examinarlo interiormente, considerar su valor intrínseco y despojarlo de todo aquello que puede darle una dignidad ficticia. Una brillante apariencia es de seducción peligrosa; por eso, cuanto mayor apego tienes por una cosa que te parece buena, tanto más grande es luego tu desilusión.

LA FLORENCE. Arturo Meza O. /Relato/ (último día de octubre)

LA FLORENCE
Por Arturo Meza Osuna.

Margarito Mendieta Mero era una chucha cuerera en matemáticas, finanzas, leyes comerciales, trabajaba en el SAT de Hermosillo en una megaoficina cósmica, revisaba expedientes y archivos de las grandes empresas y sus impuestos. Dichas empresas tenían bufetes jurídicos especializados en encontrar cualquier resquicio que la ley les brindara para no pagar impuestos. Margarito era el encargado de descubrir y tapar esos huecos legales, de pelear con los bufetes, de acudir día con día a los juicios a que los orillaban, estas grandes empresas, en su afán por no pagar los impuestos que la patria les requiere. Si bien los bufetes de abogados eran muy buenos, dicen que Margarito era mejor. Se contaban triunfos estentóreos de Margarito, así como derrotas dolorosas, chapuceras y, en muchas ocasiones, complicidades de los jueces con las grandes corporaciones.
Era también reconocido por sus dotes culturales, especialista en los pintores del quattrocento, Masaccio, Piero de la Francesca, Fra Angélico, Boticceli, etc. conocía al dedillo la vida, la obra y hasta colaboraba con una fundación con sede en Florencia, Italia, que ayuda a proteger investigar, descubrir los retablos y cuadros del quattrocento. Sus conferencias sobre estos pintores eran memorables. Un experto internacional.

De cualquier manera, los abogados reconocían las habilidades de Margarito y preferían no encontrárselo en los juzgados. Muchas veces habían tratado de seducirlo con bienes y dinero, el tipo era duro y honesto. Ganaba lo suficiente, vivía bien, era soltero, le alcanzaba para sus gustos personales que eran: viajar y comprar ropa. A sus 43 años había conocido las principales capitales del mundo y sus monumentales closets de pared a pared, sus vestidores estaban llenos de la más fina ropa de mujer, tenía especial debilidad por los vestidos de cóctel con pedrería, las medias negras, el color rojo Ferrari y los pendientes, la colección de aretes era realmente maravillosa. Cuando se vestía de mujer tomaba el nombre de Florence. Por Florencia, la ciudad de sus amores.
El día que habría de salir a un festejo, una reunión de amigas, una cita prometedora, desde temprano pasaba por su casa la manicurista, en la tarde la maquillista y la peinadora de la peluca. Como a las tres empezaba con un baño de tina con burbujas y el resto era el vestido, las medias y la peluca. Una vez transformado, era una diosa.
Siempre era la mujer más bella, sobresalía entre todas como en aquella boda en Huatabampo. Llegamos temprano a la recepción que sería en el salón de “La Ganadera”, en cuanto localizamos el lugar nos fuimos a la plaza y nos sentamos a fumar, a hacer tiempo. Éramos cuatro mujeres, la Florence y yo. En medio de la plaza, frente a “La Ganadera” había un kiosquito donde vendían toda clase de golosinas, helados, fritos, cigarros, a decir de los huatabampenses, Doña Consuelo, la dueña del kiosquito, era una especie de gacetilla de la ciudad. No había rumor, chisme, mitote que Doña Consuelo no supiera, encerrada en el kiosquito todo el día, nadie se explicaba cómo, la doña se enteraba de todo lo que pasaba en Huatabampo y sus alrededores.

 Esta ocasión Florence llevaba un maravilloso vestido rojo con raja en la pierna, zapatillas doradas, la peluca rubia, pendientes que hacían juego con un collar de perlas, se dirigió al establecimiento, caminó junto con una de las muchachas para comprar unos cigarrillos, la doña las vio desde que se levantaron, las siguió con la mirada, les auscultó todos los detalles que pudo hasta que llegaron –el vestido, la cabellera rubia, las zapatillas, el caminar garboso, la distinción, la blancura, la talla, la belleza, la perfección- hasta que pidió La Florence –unos cigarrillos-
Algo no concordaba con todos aquellos detalles que Doña Consuelo había inventariado en el corto instante que La Florence y su acompañante caminaron rumbo al puesto: la voz. Todo lo demás era perfecto, menos la voz. Ahí fue donde las alarmas de Doña Consuelo se encendieron y quería saber más de la ilustre visitante. Su naturaleza comunicativa, curiosa, indagadora, le instigaba a saber más del ejemplar humano que tenía enfrente. Mientras buscaba los cigarros pensaba como hacerle plática -meter aguja para sacar hilo- entablar una conversación para investigar orígenes, residencia, género, edad, todo cuanto se pudiera.

Era tan deslumbrante la belleza de la Florence que la doña estaba medio ofuscada y no se le ocurría una pregunta que provocara la conversación antes de despachar y cobrar los cigarros. Hasta que la tuvo de nuevo de frente fue que se le ocurrió – ¿ustedes son alemanas, muchachas?- -No- respondió Florence –somos putos.
Se le quitaron las ganas de preguntar.

 

 

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Este piloto bombardeó Berlín… ¡con chocolates, caramelos y chicles!

Compilación de Sergio Ávila R.
Por: Justo Díaz de Rábago y Verdaguer

Mucho se ha escrito, y se escribirá, sobre bombardeos aéreos. Muchos nos enteramos en su día de “famosos”, llamémosles así, bombardeos aéreos de la II Guerra Mundial, como el de Coventry, pero muy pocos saben de un famoso bombardeo ocurrido una vez terminada la guerra, y fue, nada más y nada menos, cuando Berlín fue bombardeada ¡con caramelos! Sí, no se rían, bombardeada con caramelos y la historia fue así.

En el mes de junio de 1948 Stalin ordenó a sus tropas bloquear todos los accesos por tierra y fluviales a Berlín Occidental, que contaba por entonces con más de dos millones de habitantes, a los que cortarían radicalmente el suministro de alimentos, combustible y otros bienes. La idea de Stalin era que, ante la falta de suministros, pronto se rendirían y aceptarían registrarse en la administración de racionamiento de Berlín Oriental, consintiendo así, tácitamente, formar parte de la zona comunista de Alemania.

Los aliados occidentales idearon entonces un arriesgado plan: abastecer la ciudad por vía aérea, a razón de unas cuatro mil toneladas de suministros al día, algo que, en principio se presentaba como imposible. Pero, al cabo de unos meses, Berlín recibía una media de novecientos vuelos cada día (llegando a alcanzar 1.400 vuelos diarios), que la abastecían con más de nueve mil toneladas diarias de bienes. Muchos de esos vuelos aterrizaban en el aeropuerto Tempelhof, en el sector norteamericano de Berlín.

Precisamente en las pistas de aquel aeropuerto se encontraba un día de julio de 1948 el piloto norteamericano Gail Halvorsen, tras uno de estos vuelos del puente aéreo. Al final de la pista, al otro lado de la alambrada, unos niños miraban los aviones que aterrizaban con los suministros. Gail se acercó a la alambrada y sacó dos chicles, los partió por la mitad y pasó los cuatro trozos a través del alambre de púas. No hubo pelea. Los niños que recibieron los trozos se lo pasaron a los demás, y éstos a otros, y a otros… tan solo para olerlos. Gail quedó impresionado y prometió a los niños que al día siguiente volvería y lanzaría desde su avión chicles suficientes para todos.

Uno de ellos, haciéndose entender en inglés como pudo, preguntó: “Y con tantos aviones volando, ¿cómo sabremos cuál es el tuyo?”- “Moveré las alas” Contestó el piloto. Dicho y hecho. Regresó a su base, compró en la cafetería un puñado de chicles y caramelos, y pasó toda la noche atando pequeños paquetes a tres paracaídas que hizo con tres pañuelos. Al día siguiente Gail sobrevoló aquel lugar, balanceó las alas de su avión y su copiloto lanzó los tres paracaídas caseros con las golosinas, que fueron recogidas por aquellos niños. Durante tres semanas el avión de Gail repitió los lanzamientos. Tres pañuelos cada día… y cada vez había más niños esperando.

El piloto quería mantener el proyecto en secreto porque “era algo que se supone no se debe hacer”, pero un día el General William Tunner le llamó a su despacho y le enseñó un periódico berlinés con un extenso artículo sobre el lanzamiento de caramelos, donde aparecía una fotografía de su avión. El General felicitó a Gail y aprobó la continuación del proyecto. Se corrió la voz por todo EE UU, y Gail comenzó a recibir cajas y cajas de caramelos, chicles y dulces, muchos de ellos ya preparados con los paracaídas de pañuelos.

La Asociación Estadounidense de Pasteleros también donó toneladas de caramelos para la causa. Gail Halvorsen no podía ni imaginar que lo que comenzó con un puñado de golosinas y unos pañuelos suyos y de su tripulación, desembocaría en una espectacular operación que se denominó Operación “Little Vittles”, y en la que, al final del bloqueo, alrededor de 25 aviones llegaron a lanzar 23 toneladas de chocolate, chicles y caramelos en diversos lugares de Berlín Oeste. Gail Halvorsen consiguió elevar la moral de aquellos niños durante ese tiempo de incertidumbre y privaciones. Como un joven berlinés le dijo más tarde: “No era sólo chocolate. También era esperanza”.

El bloqueo de Berlín concluyó el 30 de septiembre de 1949, al comprender las autoridades soviéticas que ni los ciudadanos de Berlín, ni las potencias occidentales tenían intención de rendirse.

NOTA DEL COMPILADOR

Hace unos días, el sábado 10 de octubre de 2020, el Coronel Piloto Aviador Gail Halvorsen acaba de cumplir 100 años de vida. Que Dios lo siga conservando. ¡Ojalá todos los futuros bombardeos fueran como los de él!