El cochón de Enrique. Por Arturo Meza O. (Relato sanignaciano…)

EL COCHÓN DE ENRIQUE
Por Arturo Meza Osuna.
           El Dr. Enrique Núñez llegó a San Ignacio como pasante del servicio social, procedente de la UABC. Cuando terminó ese año obligatorio, se quedó en el pueblo porque le pareció bello y plácido, pero sobre todo, a causa de una bellísima mujer que, si bien lo amaba, no deseaba abandonar el pueblo de sus ancestros, así que Enrique se quedó con la mujer y a practicar medicina privada. Sin embargo la medicina privada no daba para vivir en San Ignacio, decidió entonces, rentar un predio de una huerta para edificar una granja porcina, una idea que venía desarrollando hacía tiempo. Estudió hasta el menor detalle y se lanzó al proyecto.

Después de fabricar las porquerizas, el siguiente paso era conseguir sus primeros ejemplares, un garañón por cada seis cochitas para iniciar la inversión –le aconsejaron- . El semental lo encontró en Vizcaíno, era un hermoso animal de unos 200 kilos de peso, fauces babosas, mirada torva, colmillos amenazantes, panza prominente y unas patas que cimbraban el suelo cuando caminaba. La personalidad de lo que se llamó en su tiempo “El cochón de Enrique” era imponente, todo un señor ¡el puta amo! Cuando le llevaron las seis cochitas, imaginó Enrique una depravada recepción, una maniática orgía, la porqueriza convertida en lugar de desenfreno y libertinaje. Nada. El Cochón ni se inmutó con el harem, como si viviera solo, ni las pelaba.
Se la pasaba dormido en una rara posición, boca arriba y patas abiertas, roncaba como bendito. En cuanto escuchaba el ruido de los baldes de comida se despertaba, atacaba como desesperado los depósitos, devoraba lo que le pusieran, al final raspaba las artesas con la lengua, mordía las láminas hasta que no quedaba un rastro de alimento, entonces dirigía la mirada hacia una esquina, se le venía una especie de vahído, se le doblaban las patas, volteaba los ojos y volvía a la posición habitual: boca arriba, patas abiertas. El problema era que muy cochón, mucha personalidad pero no montaba a las cochitas que insinuantes le hacían ronda, competían entre ellas por los favores del verraco pero nada, por lo tanto, no engendraba que era su única función.

Algo pasaba con el cochón, su astenia sexual no era normal de tal manera que Enrique decidió consultar a la ciencia, llamó a la UABCS al Dr. José Luis Espinoza, la eminencia en esos menesteres, andaba para Colombia, regresaría en 15 días, entonces acudió a expertos lugareños como Don Crucito Arce y el Firrichi Osuna. Tenían teorías diferentes acerca del desgano porcino: Don Cruz, después de explorar al animal, de observar la cicatriz quirúrgica resultado de la orquiectomía, concluyó que lo habían capado mal, que manos inexpertas habían cortado una glándula que se encuentre arriba de los testículos cuya función es estimular la libido cochística, que el asunto no tenía remedio, a menos que fuera inoculado con hormonas. El Firrichi como todo profesional solicitó ver en acción al cochón. Una vez que estudió la situación, la rutina, el alimento, el sueño, la mirada y la forma de caminar, al final lo exploró con un tacto anal y concluyó –muy seguro- que el animal era homosexual. –Devuélvalo a donde lo compró, doctor- agregó, mientras guardaba el estetoscopio.
Cuando llegó a Vizcaíno con el cochón a cuestas, el marchante se negó a aceptar la devolución. Enrique insistía que lo habían engañado, que el cochón no le era útil en esas circunstancias.

El vendedor decía que él no tenía la culpa, que eran cosas de la naturaleza, que él nada sabía de las preferencias sexuales de los humanos, menos de los marranos. Lo convenció con un ejemplo “es como si un hijo suyo fuera homosexual”. Puede que tenga razón – pensó Enrique y se lo volvió a llevar, no quería entrar en discusiones delicadas donde es muy fácil naufragar en la incorrección política. Había que abordar el problema con perspectiva de género. Pero el cochón le salía muy caro, los gastos de mantenimiento crecían cuanto más engordaba el semental así que llegó a la conclusión que había que sacrificarlo.
Pero el asunto, como en todo pueblo chico, trascendió los límites de los chiqueros y entró en la polémica familiar, primero, grupal después, luego se expandió al ámbito popular. Tanto se diseminó la trama del “cochi joto” que era objeto de corrillos y tertulias encendidas, polarizadas en tiendas, cantinas, escuela, iglesia, plaza: que si “solo porque es homosexual lo van a matar”, que “¿qué no tiene derechos?”, que “¿estamos en la Edad Media o que?” que “si no sirve, que lo maten” que “había que consultar al Papa”. No faltaron integrantes del orgullo gay con sus reivindicaciones, pintas y pronunciamientos anónimos, aunque todos sabían quiénes eran.

Corrió el rumor, nadie compraría la carne. Los ignacianos pensaban que se podrían contaminar, que comiendo chicharrones, chuletas o chorizo del cochón podrían cambiar sus maneras, que les empezaran a gustar los hombres y a las mujeres, las mujeres, la matanza sería un fracaso.
La solución vino del Firrichi, era muy sencilla. Lo matamos aquí, vendemos la carne en Santa Rosalía. Nadie lo va a notar –quien sabe que ha querido decir-. Así sea, dijo Enrique.
Esto dio por resultado que, en el pueblo, a todo aquel que trabajase poco, que dependiese del estipendio de su esposa, de una cómoda renta o herencia inmerecida, se le decía –se parece al “cochón de Enrique”. Con esta sentencia se criticaba la forma de vida de un muchacho que se había casado con una profesora, además de las clásicas habladurías en estos casos como “cheque te quiero, cheque te adoro” y otras corrientadas pueblerinas, le llamaban, acá, entre nos, “El Cochón de Enrique”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AHORA! Luis M. Dibene Geraldo. /09 03 21/(Eliminar la violencia a la mujer es la consigna/Manifestaciones)

                                       A H O R A !
                               Luis M. Dibene Geraldo
ELIMINAR LA VIOLENCIA EN LA SOCIEDAD, EN LA FAMILIA, EN LA PAREJA, EN Y POR LA MUJER, Y LLEGARÁ MEJOR VIDA A NUESTRAS VIDAS…PARA ELLAS, ESTAS FRASES.
       En estos dos que tres últimos años, en el “Día de la mujer” los comentarios, opiniones, trabajos periodísticos, eventos y demás en torno a ese grandioso ser que es la pareja, la madre, la abuela, la hermana, la hija, la nieta, etc. del hombre SE LLAMA LUJER; sin embargo la temática ha venido cambiando en estos últimos aniversarios porque las circunstancias, amplias y de todo tipo, nos han obligado a cambiar en nuestras vidas ciertas conductas, tanto de la propia mujer como de la familia, y las del hombre por supuesto. Con esto quiero decir que ellas han tenido que ser protagónicas de una serie de actos, acciones y conductas que las ha envuelto. De tal manera son estos cambios que más allá de aquellas palabras bonitas de poetas, de escritores, de enamorados; de los acostumbrados regalos, flores y hasta besos y abrazos; sin embargo ahora da la impresión que prefirieron ellas mismas estas protestas, sus manifestaciones con marchas protagónicas que desgraciadamente por lo general “se les meten” las profesionales INFILTRADAS ENCAPUCHADAS, mismas que al banandalizar estas acciones desvirtúan sus propósitos y autenticidades para dar paso a las sospechas y acusaciones de que fueron organizadas y pagadas por otros poderes contrarios al actual gobierno, pero que también elementos del actual pudieran ser para “culpar a los otros”, en fin…

Pero, empero, ¿y los impedimentos supuestos o no de la pandemia, qué papel juega en esto?; bueno, pues nada menos que por un lado no se pueden dar ni abrazos ni besos ni apapachos vaya, ni festejos en bola, porque las autoridades de salud mundiales y nacionales, estatales, difundieron que el contagio de este virus podría darse por estas manifestaciones “de amor y cariño” usuales en estos sus días.
* VA ENSEGUIDA UN COMENTARIO ESPECÍFICO EN TORNO A LA MUJER Y LOS ACONTECIMIENTOS…
Miren ustedes, amplío mis comentarios y opiniones en el presente ya que las reacciones y consecuencias-con informaciones específicas-las seguimos percibiendo día a día, tanto de los que acreditan a las féminas su “rebeldía” y sus retos frente al varón como los que sólo en parte las apoyan pues consideran que el empoderamiento de ellas no es mas que político, de competirle a los hombres el poder, pero otros sí hemos valorado su otra importancia: justicia para la mujer en general, que paren de alguna forma la violencia contra ellas, su justa igualdad y equidad con el varón, etc.
Así entonces los temas más acrecentados a la fecha son en torno al del feminismo y sus manifestaciones, paros y demás, con las consabidas reacciones y consecuencias, al grado que hay comunicadores que estos movimientos los califican ya como “La rebelión de las mujeres”, sobre todo en países de Latinoamérica y muy especialmente en México.

En este panorama pues, y a manera de ir concluyendo, creo que muchos hemos reflexionado en el sentido de que algo está faltando que ayude realmente a terminar con la violencia evidente contra la mujer. Sí, porque todas las mujeres tienen derecho a vivir su vida de manera segura y sin violencia. Una vida sin violencia es esencial para la salud de una mujer. Sí se pueden tomar medidas para proteger a las mujeres y ayudar a promover una cultura que no permita o acepte la violencia contra la mujer.
* PERO…¿CUÁLES SERÍAN LOS DESAFÍOS PARA TERMINAR LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER?
Sólo como concepto reflexivo esto: El terminar con la violencia contra las mujeres y niñas debe ser una iniciativa que involucra a todos en nuestra sociedad. La violencia es una violación del derecho humano básico de tener seguridad. La violencia contra la mujer ha estado ocurriendo por un largo tiempo, pero podemos trabajar juntos para prevenirlo en el futuro; que al decir juntos es que estoy considerando…A TODOS LOS PODERES: al gobierno federal, el legislativo, el judicial, los principales fácticos y la sociedad, que además de organismos, institutos, Subs DE LA DEFENSA DE LA MUJER (subdirecciones, subsecres, subcoor
dinaciones, subfiscalía, etc.) que hasta ahora sólo han servido para abrir más puestos como estrategia política con la bandera de apoyar a la mujer; ah, y esto más:  que de verdad se apliquen esas LEYES QUE YA ESTÁN (ya no hagan más, para qué) y que de verdad las validen para castigar a los culpables, que aunque los aprehenden al poco tiempo andan fuera; digo.

También la violencia contra la mujer se puede prevenir al fortalecer el acceso de las mujeres a los derechos humanos básicos y los recursos. Las investigaciones demuestran que las comunidades con más acceso a la educación, empleos, viviendas, atención de salud, atención económica para niños y ancianos y equidad para mujeres y hombres tienen menores índices de violencia contra la mujer.
* AHORITA.-ALGUNAS FRASES COMO PARA PENSAR EN ELLAS, LAS MUJERES, VERÁN QUE SÍ.“A los hombres se les enseña disculparse por sus debilidades; a las mujeres, por sus capacidades” (Lois Wyse). *“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres” (Simone de Beauvoir).* “El grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el barómetro general por el que se mide la emancipación general” (Charles Fourier). *“Soy fuerte, soy ambiciosa y sé exactamente lo que quiero. Si eso me hace ser una perra, está bien” (Madonna). *“Nuestros hombres creen que ganar dinero y dar órdenes son las bases del poder; no creen que el poder esté en las manos de una mujer que cuida de todos durante todo el día y da a luz” (Malala Yousafzai, activista pakistaní). “Sin la mujer, la vida es pura prosa” (Rubén Darío). Por ahora, mujer, es mi mensaje, el resto…ojalá. Ahora!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 NARRACIONES. Arturo Meza O. /La hora mágica del beisbol y Margarita. /02 02 03/

LA HORA MAGICA DEL BEISBOL
Por Arturo Meza Osuna
Así llamaba el Don Pedro –El Mago- Septién a las 19.30 horas, al momento del inicio del beisbol en la Liga Mexicana que escuchábamos por la XEX, el día era aún luminoso en el verano ignaciano, pero en cuanto oscurecía, “se metían los gringos”, las estaciones en inglés desplazaban la trasmisión mexicana, era cuando hacíamos maroma y media para reestablecer la señal, la primera era cambiar de lugar el radio, voltearlo para uno y otro lado; ponerle un alambre en la antena; meter el alambre en una maceta húmeda o engancharlo a lo más alto que se pudiera. Seguramente ninguna maniobra funcionaba y sola, por caprichos de las ondas hertzianas, volvía la claridad, seguros que la última maniobra fue la correcta. Si ésta se iba cuando el juego estaba emocionante, -dos outs, caja llena, tres bolas dos strikes para cerrar, cierre de la novena- hasta mi madre soltaba improperios dignos de carretonero.
No había aparecido aun el futbol en nuestras vidas, el beisbol era nuestro deporte. Nos echábamos temporadas enteras -pegados a la radio- de la Liga Mexicana en el verano y de la Liga de Sonora-Sinaloa en el invierno. Los fabulosos Tigres capitalinos era nuestro equipo en una, Guaymas en la otra. Podría mencionar sin esfuerzo la alineación de los Tigres que campeonaron en 1965, equipo en el que había tres cachanías: Arturo Cacheaux, Vicente Romo y Obed Plascencia.
Cuando me fui a estudiar a México, como comprenderán, tenía la ilusión –y la prioridad- de conocer dos lugares: la Ciudad Universitaria y el Estadio del Seguro Social.
Es muy difícil de describir mi impresión del Estadio cuando fui por primera vez. Había que entender que en Baja California Sur no había estadios con alumbrado nocturno ni pasto, jamás había visto uno. Cuando apenas subes los escalones para entrar al estadio y se pone ante ti una vista parcial luminosa, como de día, luego el pasto verde, pero de un verde esmeralda brillante –entonces entiendes por qué le dicen “el diamante”, esta imagen conforme vas subiendo se va agrandando, coloreando, avivando hasta que estás adentro y puedes ver todo. Como si fueran demasiados estímulos de sopetón, como si no se pudiera digerir todo al mismo tiempo, como que era rebasado por la luz, el movimiento, el color, el momento, el griterío. La respiración se detiene, no encuentras para dónde dirigir la vista, todo pasa tan rápido, no se alcanza a detener el instante, uno tras otro cuadro a cada parpadeo, a cada segundo. Vuelta a empezar. Hay que sentarse, serenarse, cerrar los ojos –espérame tantito- Ya más tranquilo, la asimilación en orden fluyó naturalmente. Era el sueño de mi vida. Desde niño fantaseaba con imágenes como las que estaba viendo. Hubiera querido trasmitirlas a mis padres, a los amigos con los que escuchaba, en San Ignacio, el beisbol de la Liga Mexicana.
Para acabarla, me tocó vivir relativamente cerca del estadio –vivía en Viaducto y Bolívar- podía irme a pie, caminaba catorce cuadras por el viaducto Miguel Alemán. – Salía en la tarde dos – tres de la facultad de medicina, me iba al CELE –Centro de Lenguas Extranjeras- al inglés, una hora; de la terminal de Ciudad Universitaria tomaba un camión hasta el estadio, llegaba como a las seis y me ponía hacer tareas mientras veía calentar a los jugadores. Compraba el boleto más barato, el de tres pesos que te situaba en los jardines. Allá calentaban los jugadores. Los pitchers soltaban el brazo, algunos estiraban músculos, otros ensayaban bateo, a otros el preparador físico les exigía ciertos movimientos. Yo adelantaba tareas mientras llegaba “la hora mágica del beisbol”, entonces prendía el radito y escuchaba la voz de Don Pedro “El Mago” Septién.

Hay muchas leyendas sobre El Mago, de que si trasmitió juegos que nunca vio, que si por teléfono narró un juego que solo escuchó. No era nada raro que El Mago llegara un poquito tarde, cuando ya habían pasado dos o tres bateadores, ciertamente iniciaba la narración, un poco más aprisa –con los apuntes del anotador- hasta alcanzar en tiempo real de la acción beisbolera. Era una delicia escuchar como Don Pedro apresuraba la narración cuando en realidad, los jugadores cambiaban de entrada.
Lo que no había que perderse era el domingo del juego anual “Cómicos contra luchadores”, y si sobraba una lanita, entrarle a una o dos rondas de cerveza y los taquitos de cochinita pibil y cuando la bolsa estaba muy pobre, los tacos de canasta, tres por un peso. Había que ver al Resortes en la loma del pitcheo, a Vitola robándose –literalmente robándose- la base correteada por Blue Demon o El Santo; las discusiones del enano Tun Tun con el Cavernario Galindo, el Chelelo de manager, el Musulungo Herrera de umpire ponchando al Huracán Ramírez. Luego venía el juego en serio, las porras se ponían al tú por tú, las gracejadas y puntadas del público hacían las delicias un espectáculo familiar, así como lo escuchábamos, en familia, aquellas cálidas tardes-noches del verano ignaciano.
En 1980 sucedió la huelga de beisbolistas, los jugadores luchaban por sus derechos, el beisbol paró y nunca se recuperó. Los Tigres emigraron a Cancún. El estadio del Seguro Social cerró sus puertas el uno de junio del 2000. Ahora es un gran centro comercial llamado Parque Delta.
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LA MARGARITA.
Por Arturo Meza Osuna.

Habíamos vivido tan bien y tan cómodos durante el año y medio que el Joel se hizo cargo del departamento, tiempo en que el Roberto nos abandonó, de tal manera que tuvimos que meter a dos elementos para sustituirlos, para aligerar el alquiler pero cada quien compraba su leche y le ponía su nombre, el desayuno eran dos huevos con un pedazo de jamón, bolonia o chorizo, un licuado de plátanos, tortas, quesadillas, cajitas de cereal, nada podía quedar, nada podíamos guardar en el refrigerador porque desaparecía. Algunos nos abonamos en una fonda “La Tlaxcalteca” para la comida fuerte del día, 8 pesos la comida corrida: arroz –con huevo o sin huevo- un guisado (puchero, milanesa, ropa vieja, chiles rellenos, mole de olla, caldo tlalpeño, etc) agua fresca y un postre que generalmente era un plátano o una sonrisa de sandía o de melón.
Empezaba 1975 cuando conocimos a la Margarita. Llegó a pedir trabajo. Tenía 14 años y acababa de llegar de Oaxaca, apenas hablaba español, era analfabeta. Podía limpiar el departamento, lavar los trastes, lavar la ropa, hacer mandados y vivir en nuestro cuarto de azotea que no utilizábamos, todo por solo 300 pesos -50 cada quien- una ganga. Al otro día teníamos a la Margarita de 14 años que parecía una niña de 9, chaparrita, callada, seria, mirada hosca, huidiza. No nos entendía, quizás porque los sudcas hablamos muy rápido con una pésima dicción. Todo lo arreglaba con un sí o un no. No más.

Un día la fuimos a inscribir a la escuela, en un principio no quería ir pero la obligamos. Había una nocturna –para trabajadores- en el rumbo de la Colonia Algarín –entre la Álamos y la Obrera-, le compramos útiles y le vigilábamos su asistencia. Era muy tierno ver al Marcos, un sonorense de uno noventa y ciento veinte kilos, preocupado porque la Margarita no llegaba de la escuela o celándola cuando un galán la acompañaba hasta la puerta -¿Quién es ése- -¿Qué quiere contigo?- -no andes de furcia- -conserva el buen nombre de esta casa.
La Margarita, fue la viva imagen de la reivindicación y el empoderamiento femenino mediante el conocimiento y la preparación. Cuando recién llegó era de lo más sumisa, todo lo que le ordenaban hacía. En cuanto aprendió a leer y escribir, a leer anuncios, etiquetas; que aprendió a contar y reclamar la feria, empezó por movernos para barrer y trapear, luego se negó a hacer mandados –ve tú, decía -, puso horario, después de las cuatro no atendía, no se podía fumar con la Márgara presente- y desde que comprendió la falta que nos hacía, pidió aumento de sueldo y como a los seis meses de ejercer como nuestra ama de llaves empezó a maldecir en Triqui: algo que no le gustaba, que no quería hacer, cuando comprábamos –por ejemplo- cerveza o tirábamos bachas, lanzaba una jeringonza en su idioma que, sabíamos, nos estaba mentando la madre –nomás por la expresión- a lo que solo alcanzábamos a contestar -¡la tuya! –

La información que de la Márgara teníamos se le sacamos con tirabuzón. Era de la etnia Triqui, la menor de 7 hermanos, en su comunidad era de lo más normal que las vendieran y se casaran a los 9 – 10 años. La Margarita ya era una quedadona en San Juan Copala a donde fuimos, una vez, una semana santa y recibimos trato de dignatarios, nos pusieron unas coronas de flores e hicieron una limpia con ramas aromáticas y humo, nos regalaron huipiles rojos y botellas de mezcal. La zona Triqui ha sido muy movida políticamente, la lucha por la posesión de la tierra había provocado muchos desterrados y encuentros fratricidas. Incluso había una fracción Triqui armada. En fin, los Triquis eran de armas tomar y la Margarita –la nueva Margarita- no era la excepción.
Empezó siendo como nuestra hija, luego nuestra hermana y terminó como nuestra madre. Nos regañaba por todo –que no se levantó para ir a la escuela –que esa mujer no te conviene – que dejas muy sucios los calzoncillos, – come frutas y verduras- Dirigía con mano de hierro el aseo de pisos-¡pobre que metieras lodo en los zapatos!- baños y lavatrastes; ordenaba las escasas finanzas colectivas, ya no iba a mandados, al contrario, ya le hacíamos los mandados –en el mal y buen sentido-. Estudiaba buena parte del tiempo, leía el periódico además hacía bordados que vendía a los vecinos.
Dejé a la Margarita cuando pasó a cuarto grado, casi con 17 años. No había cambiado mucho, creció muy poco pero ya se le dibujaba una bella sonrisa, los ojos brillantes, vivos, profundos y oscuros. Me despedí de ella cuando tuve que ir a cumplir con mi Internado Rotatorio de Pregrado a Cd. Mante, Tamaulipas. Alguna vez fui a la Cd de México, la visité, ya le habían dado el certificado de primaria –me lo enseñó, orgullosa- Quería ser maestra para regresar a San Juan a enseñar.
Luego la perdí de vista. Me la imagino regañando chamacos en San Juan Copal

 

 

 

 

LA BALADA DE JOEL Y ROBERTO
Por Arturo Meza Osuna
Nunca habíamos vivido en un apartamento de estudiantes de manera más ordenada. Éramos seis en un apartamento de tres recámaras y el Joel tomó el mando sin pedirle a nadie la opinión. Como las cosas iban muy bien, nadie dijo nada, nadie se inconformó, nadie la hizo de tos.
Ya habíamos vivido en apartamentos en los que por más que establecíamos el “sistema socialista”: las comisiones básicas de convivencia, de barrido y trapeado, de lavado de trastos, de turnos del baño, de compras y adquisiciones, de festejos y pedas, etc. alguien, el que nunca falta, alguna vez no cumplía con lo acordado y ahí se descarrilaba todo, el siguiente tampoco lo hacía y el siguiente tampoco, así que se acumulaba la mugre en el piso, los papeles en el baño, los trastos sucios, surgía el desmadre, los pleitos y la organización se precipitaba al carajo. Volvíamos –invariablemente- al sistema capitalista donde cada quien sus canicas.
Nada. El Joel se encargaba de juntar el dinero para pagar la renta, el dinero para la comida, implementaba las comisiones, compraba los víveres cada semana, acudía al mercado, lo recorría de arriba abajo mientras le cargábamos el mandado en una bolsa de ixtle. Era todo un espectáculo verlo regatear el queso, la carne, las frutas y verduras, probar para comprar y las migas que hacía con las doñas, los mitotes, los consejos, las recetas y las pláticas que agarraba con los marchantes del mercado sobre los aguacates maduros, lo caro que están los huevos y la escasez del apio. Siempre al frente, como general, dirigía y completaba la lista de los recursos para toda la semana. La administración era impecable. Se volvió famoso, en el departamento, el cuaderno donde anotaba puntual y al detalle los ingresos y los egresos: “Gastos y avíos”.
En “Gastos y avíos” estaba todo: los deudores y acreedores, las cuentas, los precios, la renta, el gas, la luz, el teléfono, todo. Había un apartado para el superávit que se utilizaba para cultura. Era el teatro, el cine –de la cineteca, no cualquier película- que Joel escogía, además de la casi obligación de acudir, todos los domingos al alcázar del Castillo de Chapultepec a escuchar a la Filarmónica de la UNAM. Nos levantaba temprano, hacía una torta de jamón para cada quien y un cartón de naranjada Bonafina. Joel siempre tan culto, se sentaba un asiento adelante, el resto de ignaros atrás y nos explicaba de que iba la sonata número 13 de Handel, El Bolero de Ravel, el opus 40 de Mozart y añadía –mírenme antes de aplaudir, aplauden solo si yo aplaudo- con una mirada desdeñosa por incultos-. El resto del domingo, en la Casa del Lago –conferencias, presentaciones de libros, recitales, etc. regresábamos tarde y muy cultos.

Sin duda, era el departamento más organizado de la comarca. Joel era como la madre de todos, le encantaba el papel y a nosotros nos convenía, nos aligeraba la carga, una comodidad envidiable. Todo marchaba sobre ruedas.
El problema llegó con el amor. Al principio las relaciones eran muy armónicas, ambos, Joel y Roberto se llevaban muy bien, en su habitación nadie entraba, se pasaban horas encerrados, estudiando, discutiendo de autores, novelas, ensayo, poesía, Mallarmé, Rimbaud, Baudelaire, maestros de la facultad, materias; practicaban francés y vaya usted a saber que más, siempre se les respetó la intimidad. En el pináculo de la felicidad Joel adquirió una cama king size que, según supimos y supusimos, le regaló a Roberto. La cama era objeto de suspicacias e insidias a las que, ambos, aludían dichosos de manera pícara y pecaminosa.
Al cabo de cierto tiempo, una mujer se interpuso, una condiscípula de Roberto empezó a visitar el apartamento, pasaban tiempo juntos, entraban y salían, largas conversaciones, Joel enfurruñado no tragaba a la Janis. Pronto aparecieron los reclamos, los celos, amargas discusiones, gritos destemplados, llanto y violentos portazos. El final se veía venir. Un día Joel abandonó el apartamento, se fue enojado, mientras reprochábamos a Roberto su liviandad, su falta de consideración –ya volverá, decía.
En efecto, Joel volvió un mes después, un día que Roberto no estaba, con dos fornidos cargadores de mudanzas para llevarse la cama. El cotorreo fue de antología cuando Roberto se encontró durmiendo en el piso. La venganza, fría venganza.
La organización del departamento empezó a sufrir la falta de Joel, todo se desorganizó, nadie sabía manejar los “Gastos y avíos”. Cada vez que teníamos que pagar la renta era un problema, no se completaba el dinero, no nos salían las cuentas, nos cortaron el gas, la cocina sucia, el lavatrastes lleno, pisos mugrosos, papeles tirados, el refrigerador vacío, en fin un desmadre que terminó con el socialismo ejemplar para inicia una etapa capitalista
Mientras tanto, culpábamos a Roberto por pelearse con Joel. A Roberto le valía madres porque ya tenía sus planes. Había conseguido una beca para cursar una maestría en la Sorbona, en París, eran planes que entre ambos, los días de vino y de rosas, habían concebido, así que, no mucho tiempo después se despidió de nosotros y partió, sin Joel, a Europa. En cuanto llegó a París nos envió una postal con saludos y su dirección, al final un grosero subrayado “no se la vayan a enseñar al puto”.

A la semana llegó Joel muy compungido en busca de Roberto, confesó que quería hacer las paces, necesitaba iniciar de nuevo, olvidar lo pasado, volver a intentarlo. La postal estaba sobre la mesita de la sala, tratamos de esconderla, Joel ya la había visto. La leyó y mientras la leía –anegado en lágrimas- supimos que algo se hacía añicos, que nunca tendríamos un apartamento tan bien organizado ni llegaríamos a ser cultos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El primer caso. Arturo Meza O./ 16 02 21/ (Relato de humor y realidad)

EL PRIMER CASO
Por Arturo Meza Osuna.
Cuando llegué a San José de Aura, en la Cuenca Carbonífera del Estado de Coahuila, un pueblo de 1500 habitantes donde me tocó el Servicio Social requisito indispensable para obtener el título de Médico Cirujano de la UNAM. El primer día, me vestí de blanco impecable, la clínica quedaba unas tres cuadras de la casa donde me había hospedado en compañía de otro pasante, éste de la Universidad de Coahuila. Saludos, presentaciones y un manual de normatividades me esperaban para iniciar ese ciclo anual. Por primera vez, sin tutelas ni red de protección, enfrentaría la realidad y el ejercicio pleno de la profesión.
Estaba a punto de llamar al primer paciente cuando, en la pequeña sala de urgencias irrumpió una mujer con gritos destemplados que asustó a todo mundo y nos hizo temer lo peor, una herida, un sangrado profuso, una amputación. Acudimos rápidamente, la mujer se tocaba el oído derecho, gritaba desaforada y no atinaba a explicar que le pasaba. Como pudimos la calmamos lo suficiente para que manifestara que –creía- que una hormiga se le había metido en el oído, sentía un ruidajo y un dolor desgarrador en el oído.
Todo nervioso, sin saber qué hacer, sin un plan, tomé el otoscopio, lo introduje en el oído -ahora sé, que bastaba una jeringa con unos 5 mililitros de lidocaína para vaciarla en el oído y se resuelve el asunto-. Nunca jamás en los años de estudiante, alguien me enseñó a sacar una hormiga del oído, ningún texto, ninguna clase –o falté ese día- pero el sentido común me decía que con el otoscopio debería identificar, primero, lo que tanto molestaba a la paciente que no dejaba de gritar y patalear.

Finalmente pudo quedarse quieta aunque agitara las piernas como poseída, procedí a insertar el aparato y en efecto, apenas entró el cono con luz, encontré una hormiga roja, gigantesca –con la lente de aumento-.
Cuando recién encontré a la hormiga, estaba de espaldas, el culo gordo en primer plano. La hormiga no identificaba de donde procedía la luz, de manera equivocada, la hormiga creyó que la luz venía de adentro porque veía el reflejo de la luz en la membrana timpánica y hacia allá se dirigió. En su intento por escapar, más se internaba en el oído hasta tocar con las patas la membrana del tímpano, la señora sintió un sonido estrepitoso y saltó, aulló de dolor, manoteó mi aparato interrumpiendo el examen. El tiempo pasaba, la extracción no avanzaba, alguien me ayuda a detener a la señora y empezamos de nuevo. Con el conito del otoscopio casi toco al insecto pero se dio vuelta, ahora veía hacia la luz del aparato. Quedamos cara a cara, la hormiga encandilada se quedó inmóvil, mientras esto pasaba pensaba, rumiaba, especulaba, analizaba, meditaba, reflexionaba como jodidos podría sacarla. La hormiga no se movía, sus ojos veían hacia la luz -hacia mí- fijamente, parecía que me retaba y me daba la impresión de que movía las patas traseras y hasta resoplaba como toro de lidia. El aumento de la lente hacía ver una grande y poderosa a la hormiga, se le podía ver unos finos pelitos en las patas y en el vientre que se paraban y ponían, a la hormiga, en situación de ataque. Su pose era desafiante, hierática, bravucona.
La paciente ya se había tranquilizado porque la hormiga dejó de moverse y de rascar la membrana timpánica que suele –en esas circunstancias- producir un ruido insoportable. El tiempo pasa lentamente, el momento se alarga y no encontraba la forma de sacar a la maldita hormiga del oído. La hormiga trata de salir por un lado, le tapo la retirada con el cono del aparato, prueba por el otro lado, muevo el aparato y bloqueo su movimiento, da unos pasos para atrás y retiro un poco el dispositivo con luz. El insecto se inquieta, la luz la apabulla, mueve las antenas amenazantes hacia adelante y luego las para. Antenas enhiestas, ceño contraído; ojos fuliginosos, profundos y el hocico en tenaza es amenazadora, parece que va a embestir, está realmente molesta, se siente acorralada y de pésimo humor.
Algo tengo que hacer, la señora no soportará más la posición forzada que la enfermera, casi encima de ella, le ha obligado a adoptar. Muevo el aparato para cucarla, como torero que enseña al toro su capote, la hormiga no se va con la finta a la primera, pero a la segunda vez que agito suavemente el aparato, la hormiga avanza la cabeza, le bajo la intensidad de la luz, pone las antenas horizontales, da unos pasos hacia delante, sube las primeras dos patas al conito, entiendo que si se mete al cono puedo retirar el aparato con todo y hormiga, pido a dios, a San Judas, a San Cosme y San Damián, patrones de la medicina, me acuerdo que soy ateo, pido por Descartes, Galileo y Darwin que la puta hormiga se suba de una vez al conito. – entra hija de la chin..da- digo exasperado en voz alta, la hormiga parece que lo escucha y herida en su amor filial, avanza decidida por el cono, hacia la luz, saco del oído rápidamente- el cono con la pequeña hormiguita adentro y asunto resuelto.   Gracias, doctor.
Gracias a usted, digo extenuado, taquicárdico, desfallecido.

 

En mi rancho el becerro es mío Compilación de Sergio Ávila R. Por Gil Sánchez*

Don Melquiades entró decidido a la cantina del pueblo. Sin mirar a nadie, pidió una botella de tequila, llenó su vaso tequilero con una cara testaruda de resolución. El tercero lo tomo de un trago, de golpe. La cara se le puso roja al igual que sus ojos, y éstos, se vaciaron de lágrimas, como si su pesar no pudiera ya soportar el dolor comprimiendo a la dignidad.

Bajo la cabeza entre sus hombros caídos y el llanto en silencio no se detuvo, como si el tequila se saliera por sus ojos. Después de calmarse poco a poco, sacó su pistola y le habló al cantinero. Éste, al girar a verlo, espantado, recibió un balazo en la entrepierna y le dijo:

––Ya no tendrás hijos, cabrón.

Luego, vació su pistola sobre el pecho del cantinero y en voz baja se dijo: ¡ni serás padre de mi hjo!

NOTA

*Gil Sánchez es un escritor y médico jubilado del IMSS de Monterrey, N.L., que en el año 2015 fuimos compañeros talleristas, en un encuentro on line de Creación Literaria, auspiciado por la “Universidad Sagrado Corazón” [USC] de San Juan de Puerto Rico –la antigua Borinquen, a la que el poeta José Gautier llamó “La perla de los mares”.

Estancias galantes Compilación de Sergio Ávila R. Molière. [Francés, 1622-1673]

Deja que te desvele Amor ahora.
Con mis suspiros déjate inflamar.
No duermas más, criatura seductora,
pues es dormir la vida sin amar.

No temas. En la fábula amorosa
se hace más mal del mal que se padece.
Cuando hay amor y el corazón solloza,
el propio mal sus penas embellece.

El mal de amor consiste en esconderlo;
para evitarlo, habla en mi favor.
Te da miedo este dios, tiemblas al verlo…
Mas no hagas un misterio del amor.

¿Hay más dulce penar que estar amando?
¿Puede sufrirse una más tierna ley?
Que en todo corazón siempre reinando,
reine amor en el tuyo como rey.

Ríndete, pues, oh, celestial criatura;
cede mandato del Amor fugaz.
¡Ama mientras perdure tu hermosura,
que el tiempo pasa y no regresa más!

Día de la Candelaria Por Sergio Ávila R.

Inicialmente la fiesta de la Candelaria o de la Luz tuvo su origen en el Oriente con el nombre del “Encuentro”, posteriormente se extendió al Occidente en el siglo VI, llegando a celebrarse en Roma con un carácter penitencial. En Jerusalén se celebraba con una procesión con velas encendidas hasta la Basílica de la Resurrección (Santo Sepulcro), la cual había sido mandada construir por órdenes del Emperador Constantino. Aunque según otros investigadores, esta fiesta tuvo su origen en la antigua Roma, donde la procesión de las candelas formaba parte de la fiesta de las Lupercales.

 

Siglos después, en torno al año 1392 o 1400, una imagen de la Virgen María que representaba esta advocación, fue encontrada a la orilla del mar por dos pastores guanches de la isla canaria de Tenerife (lo que es actualmente España). Tras el hallazgo de la imagen de la Virgen en Canarias y su identificación iconográfica con el acontecimiento bíblico de la Presentación del Niño Jesús y la Purificación de María, la fiesta empezó a celebrarse con un carácter mariano en el año 1497, cuando el Adelantado de las Islas Canarias Alonso Fernández de Lugo, celebró la primera Fiesta de Las Candelas (ya como Virgen María de La Candelaria), coincidiendo con la Fiesta de la Purificación, el 2 de febrero.

 

Previamente los guanches celebraban una festividad en torno a la imagen de la Virgen durante la fiesta del Beñesmen en el mes de agosto. Esta era la fiesta de la cosecha, lo cual marcaba el inicio del año. En la actualidad, la fiesta de la Virgen de la Candelaria en las Islas Canarias se celebra además del 2 de febrero también el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen María en el santoral católico. Para algunos historiadores, las fiestas celebradas en honor a la Virgen durante el mes de agosto son una reminiscencia sincretizada de las antiguas fiestas del Beñesmen aborigen. Más tarde esta advocación mariana y su fiesta serían llevadas a varias naciones americanas de mano de los emigrantes canarios.

 

La Fiesta de La Candelaria se celebra, según el calendario o santoral católico, el 2 de febrero, en recuerdo al pasaje bíblico de la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén (Lc 2;22-39) y la purificación de la Virgen María después del parto, para cumplir la prescripción de la Ley del Antiguo Testamento (Lev 12;1-8). La fiesta es conocida y celebrada con diversos nombres: la Presentación del Señor, la Purificación de María, la fiesta de la Luz y la fiesta de las Candelas; todos estos nombres expresan el significado de la fiesta. Cristo, la Luz del mundo presentada por su Madre en el Templo, viene a iluminar a todos como la vela o las candelas, de donde se deriva el nombre de Candelaria.

 

En México, el Día de la Candelaria se acostumbra que, quien obtuvo el niño oculto en la rosca de reyes, haga una fiesta (tradicionalmente basada en tamales y atole, ambos productos de maíz). Esta tradición tiene raíces prehispánicas; en muchos pueblos los habitantes llevan a la iglesia mazorcas para que sean bendecidas a fin de sembrar sus granos en el ciclo agrícola que inicia, pues el 2 de febrero coincide con el undécimo día del primer mes del antiguo calendario azteca, cuando se celebraba a algunos dioses tlaloques, según fray Bernardino de Sahagún. En el centro de México se acostumbra vestir al niño Dios del nacimiento navideño y llevarlo a oír misa, después de lo cual, es colocado en un nicho donde permanecerá el resto del año.

 

Los tamales, alimento que data de la época precolombina y que forma parte de la dieta de los mexicanos, se sirven calientes, habiéndolos de diferentes variedades, tales como: rajas con queso, verdes, mole con pollo o carne de puerco y de dulce. Tradicionalmente se degustan con atole de distintos sabores o café. La mayoría de los mexicanos come tamales durante el transcurso del año, pero el Día de la Candelaria representa una fecha especial para ello. Después de la misa de bendición del Niño Dios se retorna a casa para celebrar el acontecimiento con tamales y atole.

 

El fraile español Bernardino de Sahagún, en sus escritos, se refiere a la gran variedad de tamales que se podían encontrar en los mercados de aquel entonces y que, incluso, estaban presentes en los banquetes del emperador Moctezuma. Esta comida tiene mucha influencia azteca. En aquel entonces los tamales los rellenaban con chile dulce, tomate y semillas de zapallo molidas, mezcladas a las carnes de faisanes, codornices y pavos. Los preparaban con semillas de ayote o zapallo molidas, tomate, miel de abejas y caracoles. Para esto utilizaban carnes de xulo o perro mudo, tepezcuintle, chompipe y venado y los envolvían en hojas de maíz.

Con la llegada de los españoles, se les agregaron ingredientes traídos de Europa, tales como garbanzos, arroz, aceitunas, alcaparras, pasas y ciruelas, Por lo tanto, el tamal preparado en familia es una mezcla entre lo prehispánico y lo español. ¡PROVECHO!

Podemos escuchar una melodía en honor a la virgen de la Candelaria en el siguiente enlace:


FUENTE

https://es.wikipedia.org/wiki/Fiesta_de_la_Candelaria

 

Mi comadre, la seño. Arturo Meza O. /A mi amá que este 4 de enero cumplió 87 años./ (Relato)

MI COMADRE, LA SEÑO.
* A mi amá que el 4 de enero 2021 cumpliría 87 años.
Por Arturo Meza Osuna.

Mi madre nació en Santa Rosalía, ahí conoció a mi padre y se casaron apenas cumplidos los veite años. Ella dedicada al hogar, él trabajaba en la tienda de la Compañía El Boleo y por las tardes ayudaba en la panadería de mi abuelo en el barrio de Ranchería. Cuando la compañía minera cesó sus funciones definitivamente, que gran parte de Cachanía emigró a otras ciudades, mi padre encontró un empleo de panadero del Internado para niños de San Ignacio.
Llegamos a San Ignacio a principio de los sesentas, habitamos una de las cinco casas para empleados y profesores que había en el Internado y también escuela primaria. Prácticamente vivíamos en la escuela. Con el tiempo, mi madre también entró a trabajar en el internado como ecónoma, algo así como la encargada de las más diversas necesidades de los niños: que asistieran a la escuela, de su comportamiento, su aprovechamiento escolar, de las comidas, del aseo, de la salud, de sus labores extraescolares, de su ropa, hasta de consolarlos cuando, lejos del rancho, los más pequeños, sobre todo, lloraban y extrañaban a la familia. La relación con los padres de los niños siempre fue muy buena y todos la llamaban, “la seño”.
En Guerrero Negro, en el burdel conocido como “Las Bombas”, las prostitutas que llegaron jovencitas, poco a poco, fueron edificando habitaciones en esos grandes baldíos cercanos al burdel, fueron teniendo hijos que nacían y crecían en tal sitio y cuando llegaron a la edad escolar, las autoridades vieron la necesidad de sacarlos de tal ambiente y se propuso el internado de San Ignacio, seis, siete niños, hijos de cinco mujeres fueron los primeros que arribaron a cursar la primaria en el –ahora- albergue de San Ignacio.
Los niños se establecieron y las madres, muy responsables, iban con cierta frecuencia a visitarlos y a encargárselos a la Seño, a mi madre le dejaban dinero, dulces, regalillos, como casi todos los padres, para que se los administrara. Crecían los niños, aprendían a leer y a escribir y a la edad de nueve, diez años, les llegaba la época de cumplir con la Primera Comunión. Recuerdo a las señoras muy orgullosas, bien vestidas, sonrientes y airosas que acompañaban a sus hijos igualmente guapos y elegantes vestidos para su Primera Comunión. Las señoras de Las Bombas no tenían muchos conocidos en San Ignacio de tal manera que la madrina –indefectiblemente- era mi madre. En cuanto terminaba la ceremonia, mi madre se convertía en “mi comadre, la seño”.
Cuando terminé la carrera de medicina, en busca de chamba, me encontré que en Guerrero Negro, en la empresa salinera, estaban solicitando médico. Me entrevisté con el Dr. Noyola y al otro día ya era parte del staff junto con el Dr. Carlos Ávila, el Dr. Cirilo Álvarez, el Dr. Andrés Lagarde y el propio Dr. Sergio Noyola que era el director. El gobierno había dejado el asunto de la salubridad en manos de la compañía y muchas de las funciones del Estado en materia de salud, las cumplía la clínica de la Compañía Exportadora de Sal, entre ellas, el asunto de la salubridad de las señoras del burdel.

Cada mes tenían que acudir, para renovarles la tarjeta para ejercer, practicarles una revisión general, cultivos vaginales y papanicolau. Era una lata para los médicos, era trabajo no remunerado que se hacía de manera obligatoria de tal manera, que tal trabajo se lo dejaron al nuevo, joven e inexperto. – te va a tocar, ni modo- me dijeron y una sábado de cada mes me encontraba con las señoras para hacer el reconocimiento y el papeleo.
Era un trabajo realmente gozoso por las bromas encendidas de color de las muchachas, las insinuaciones, el desparpajo. Eso sí, todas preguntando por la comadre, todas con halagos a la generosidad, la atención, la bonhomía de mi madre – su comadre-
-Doctor, ¿Cómo está mi comadre? – salúdeme a mi comadre- – ay tan buena mi comadre- -es una gran persona mi comadre- Entre preguntas y el escandalillo que armaban las muchachas en el ala de consultorios de la clínica, a otras personas que esperaban consulta les llamaba la atención que al médico, las señoras, le preguntaran con tanta insistencia por su comadre -¿Quién será la comadre? -se preguntaban.

A mi madre, para hacerla refunfuñar, le contaba que ante la pregunta, yo siempre respondía -“la comadre” es mi mamá, que también se dedicó al oficio pero que ya, por la edad, está retirada- y soltaba la risa y un ¡que bárbaro! al final.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AMOR DE ENERO Poema (compilación de Sergio Ávila R,) Por: Defina Acosta

Ya son las altas horas de la noche.
Un pájaro espectral el vuelo alza.
Se hunden sus graznidos como piedras
en las heladas aguas de mi alma.

Al monte me llevaba algunas tardes
mi amante, y tras su sombra aleteaba.
¡Los besos como llaves diferentes
para mi amor de enero y rosas blancas!

Después aquel aliento de desdicha
o el odio en su guarida de palabras.
Ahora esta afición de no vivir,

de ir a mi entierro y ser las dos campanas
tocando en el oído de las flores
que caen como plumas de las ramas.

Soy luna enamorada que obedece
al lobo que le aúlla en ambas caras.